23.3.09

Boxeo en la edad antigua

Hay todo un espacio de tiempo entre la aparición del boxeo y el primer revés serio en el devenir de su historia. Si uno no gusta de la palabra revés puede usarse la forma "giro brusco de los acontecimientos", siempre y cuando seamos conscientes de que con ello estaremos declarando una filiación política, una razón de fe, una genealogía ideológica y varias concepciones filosóficas de las que muy probablemente no hayamos oído hablar nunca y que amenazarán en adelante con revelársenos como absolutamente esenciales para entender el sentido de cada una de nuestra palabras.

Hasta la aparición del cristianismo, la evolución de los usos pugilísticos siguió una linea relativamente regular. El famoso "ojo por ojo y diente por diente" se ha considerado durante mucho tiempo el primer reglamento de la historia. Durante años los hombres lo siguieron a rajatabla, y no sólo en asuntos de boxeo. Es obvio pués por qué los primeros dentistas no surgieron hasta mucho tiempo después o mejor dicho, sólo se atrevieron a dar la cara transcurridos varios siglos. En los años del "ojo por ojo" existían ya precarios profesionales de la odontología, sólo que por aquella época trabajaban con la cara cubierta y preferentemente de noche para no ser reconocidos. Asaltaban a sus pacientes en los caminos y les extraían las piezas dañadas. La operación, a menudo, terminaba con el paciente inconsciente, por lo que los dentistas tenían que echar mano a la bolsa de éste para cobrar sus servicios. Como llevaban a cabo su labor durante la noche los errores eran frecuentes y muchos dentistas se cobraban cantidades superiores a las pactadas por el sindicato. En el año 250 a. de C. el colegio de odontólogos de Alejandría discutió si sus miembros debían o no abandonar la clandestinidad. La discusión se enconó tanto que finalmente provocó un cisma y el colegio de odontólogos se dividió entre los que optaron por sacar a la luz sus actividades (estos fueron los primeros bandoleros) y los dentistas, que prefirieron seguir en la clandestinidad trescientos años más.

Siguieron ocultos, de hecho, hasta que Jesús pronunció su famosa idea sobre poner la otra mejilla, propuesta que, a la postre, significaría la derogación, oficiosa de la máxima del "ojo por ojo".

Lo que sigue, tengo que avisarlo, es un poco largo, pero necesario para entender el contexto histórico.

Por aquellos tiempos, más o menos, y hasta la implantación de las ideas judaico-cristianas, la tradición occidental venía conociéndose como "imperio romano". Los romanos, en realidad, se lo habían copiado casi todo a los griegos, al menos las partes más ingeniosas. El asunto de la filosofía no les entusiasmó demasiado, pero, a cambio, se pirraron por la ingeniería y las leyes. Entre robo cultural y robo cultural a los romanos les quedó tiempo para conquistar media Europa y también grecia enterita. Esto último a los griegos no les gustó nada, así que se prometieron unos a otros que, en adelante, mirarían a los romanos por encima del hombro. Algunos cronistas dicen que un griego muy bajito, incapaz de mirar a ningún romano por encima del hombro, pidió permiso para mirarlo por debajo del tronco y que ese es el origen de cierto chiste soez que ha llegado hasta nuestros días. Un griego podía ser esclavo de un romano y darse unos aires de cuidado por la única razón de que era griego. Los griegos tenían varias ventajas respecto a los romanos, entre ellas que tenían a los dioses muy a mano, en el monte Olimpo, mientras que en el caso de los romanos la cosa no estaba nada clara.

Júpiter, como todo el mundo sabe, es el equivalente del Zeus latino. El nombre procede de la unión de Iovis (que significa padre) y pater (que también significa padre) lo cual para los griegos resultaba inaceptable. Además, como no tenían ningún olimpo a mano, los romanos habían concluido que Iovis pater vivía simplemente en los cielos, que no se sabe muy bien por dónde están pero sí se sabe con seguridad donde no están (es decir, en Grecia). Esto para los griegos resultaba más inaceptable todavía, no sólo porque implicaba perder la patria potestad sobre su Dios (y su panteón al completo), sino porque sus mejores cerebros habían meditado muy seriamente la cuestión y habían llegado a la conclusión de que más allá del suelo que pisaban podía haber muchas cosas, como por ejemplo huevos, esferas en movimiento, ancianos emasculados, tortugas, animales formidables, estrellas fijas, gases polémicos... pero no un Dios máximo, desde luego. El razonamiento de los griegos, hay que reconocerlo, tenía bastante sentido, porque después de mucho meditar sobre los cielos y los dioses sus mentes más luminosas habían llegado a dos conclusiones: que los cielos podían ser misteriosos, mágicos, sublimes y hasta eternos, pero, desde luego, no son un lugar divertido; y que los dioses, de haberlos (algunos griegos no las tenían todas consigo) jamás se resignarían a vivir en un lugar así, sin una mala ninfa, princesa o vestal a la que echarle el diente (lo del diente es un decir).

Ahora que ya nos hemos hecho una idea de lo que en esencia es el contexto histórico de la época volvamos a Jesús y su famosa frase. La historia oficial es conocida, pero algunos textos apócrifos sugieren versiones distintas. Uno de ellos afirma que, tras oir la sentencia de Jesús, uno de los presentes -un griego, además- le planteó al maestro si el cumplimiento estricto de la ley no podría derivar en un bucle infinito de bofetadas. Explicó al maestro y los discípulos presentes que si la bofetada en la mejilla A da paso a la bofetada en la mejilla B cabe la posibilidad de que la mejilla B, al recibir la bofetada, pase a convertirse en mejilla A (pues su verdadera esencia como mejilla A es ser abofeteada) y por tanto exija a su vez una nueva mejilla B a la que abofetear.

Incluso los que defienden la verdad histórica de esta anécdota difieren notablemente de la reacción de Jesús. Hay un acuerdo general en considerar que Cristo se pasó sus buenos tres o cuatro minutos mirando atónito al griego, intentando llegar a la conclusión de si hablaba en serio o no. A partir de aquí, unos se inclinan por opinar que lo siguiente que hizo Jesús fue abofetear al griego, pero esta no es la opinión mayoritaria. La mayoría se inclinan por suponer que Jesús prefirió evitar las mejillas, para no ahondar en la polémica, y respondió con una precisa patada testicular o una tunda de palos en el espinazo.

En los primeros años del cristianismo la anécdota de la respuesta de Jesús al griego circulaba de forma clandestina entre los romanos. No se incorporó a los evangelios, pero era muy común su inclusión en pequeños libritos recopilatorios que pasaban de mano en mano con el título "Los mejores y más escacharrantes momentos del hijo de Dios". Estos libros dieron gran popularidad al cristianismo. Hoy se tiende a olvidar que los primeros cristianos se acercaron a la nueva doctrina movidos fundamentalmente por razones humorísticas. También les resultaba muy atractivo el hecho de que la mayoría de esos "momentos escacharrantes" tenían como tema la burla de Jesús hacia algún griegos de los que, recordemos, los romanos estaban un poco cansaditos por sus aires de superioridad.
Otro grupo social, los dentistas se unieron con entusiasmo a la doctrina cristiana, cuando se dieron cuenta de que la famosa "poned la otra mejilla" tenía un efecto demoledor sobre la ley del talión, lo cual les daría en adelante la oportunidad de extraer piezas dentales sin que el cliente intentase cobrar las suyas a su vez.
Odontólogos y graciosos formaron así los dos grandes puntales del cristianismo primitivo. Esta base social resulta bastante ancha, dado que son dos grupos que, por decirlo de algún modo, representan polos opuestos del espectro social, como sabrá cualquiera que haya reparado en que no hay dentistas graciosos ni graciosos dentistas.
Si a ello unimos las burlas a los griegos y el hecho de que el cristianismo acababa definitivamente con la posibilidad de que la patria de los Dioses estuviese en Grecia, podemos entender el fulgurante éxito del cristianismo en la sociedad romana.

De cómo la cristianización afectó al desarrollo del boxeo hablaremos en una próxima entrada titulada "Boxeo y patrística"