26.10.08

Los orígenes del boxeo. Prehistoria


Es mucho lo que desconocemos acerca de los orígenes del boxeo. Las más antiguas representaciones de hombres entregados a la lucha con los puños pertenecen a civilizaciones hoy desconocidas. En Etiopía o Albacete encontramos representaciones de entre cinco y diez mil años de antigüedad de individuos entregados a algo semejante al pugilato. Algunos autores afirman que, en realidad, la mayoría de estas imágenes harían alusión a antiquísimas prácticas festivas en las que se alimentaba a otro hombre, probablemente un sacerdote, con diminutas raciones de harina de trigo horneadas con agua a las que se añadirían pequeñas raciones de hierba de propiedades alucinógenas. Otros defienden que el origen del boxeo estaría precisamente en estas celebraciones, puesto que no sería raro que durante el transcurso de estas celebraciones, los participantes, al tener sus facultades motoras y sensoriales notablemente embotadas por las hierbas, realizasen la alimentación ceremonial con la suficiente torpeza como para transformar la entrega del alimento en sopapos de apreciable intensidad. Entre estos autores, hay algunos partidarios de la idea de que esta práctica ceremonial habría pasado al mundo judaico y que, en la península ibérica, el recuerdo lejano e inconsciente de antiguas prácticas al reencontrase con su fuente original en cierto ritual de origen semítico, habrían originado el doble sentido de la palabra "hostia". Otros, más arriesgados todavía, consideran que hay una prueba clara de esta teoría en la expresión castellana "hostias como panes", que aludiría, según ellos inequívocamente, a este extraño ritual.

No hace mucho discutía yo estas interesantes teorías con el Dr Von Wintersonnenwende. Un antiguo catedrático de antropología, hoy ya retirado, pero que mantiene intacta su lucidez intelectual. El Dr Von Wintersonnenwende posee una pequeña casita, no muy lejos de mi propiedad, donde dedica su tiempo a leer, redactar sus memorias, cuidar de un pequeño jardín y diseñar trajes de hombre-bala, pequeña excentricidad esta a la que su retiro le permite entregarse, aunque las malas lenguas insisten en que esta afición ejerció cierto efecto catalizador cuando hubo que acelerar los trámites de su jubilación. El Dr Wintersonnenwende, por alguna razón, no trabaja en sus diseños durante la primavera, así que dedica este tiempo sobrante al club de caballeros donde mantenemos sabrosas discusiones. Pese a la distinción de su aspecto, que no carece de una generosa barriga y una larga y respetable barba, muchos socios eluden su compañía, a causa de cierta manía suya -lo reconozco, un tanto irritante- consistente en gritar "hombre al agua" cada vez que alguien vacía su copa.

No hace mucho, decía, discutía yo con el Dr. Von Wintersonnenwende las teorías acerca del origen del pugilato. En opinión del Dr. había que distinguir entre el boxeo como deporte o ritual del instinto, inherente a la propia naturaleza del hombre, de enzarzarse a bofetadas. Esta idea del instinto me intrigó sobremanera, así que pregunté al Dr. si existía algún trabajo de interés en el que se explayase sobre esta idea. Von Wintersonnenwende se reclinó hacia atrás haciendo memoria. Reparé entonces en que, con su copa en la mano y ese gesto suyo tan característico de hundir los dedos en su abundante barba, el Dr ofrecía la vívida imagen de un modelo de intelectualidad por desgracia ya olvidado. A continuación se inclinó hacia mí y, en tono confidencial me susurró:
-Sólo se me ocurre una cosa.
Ni siquiera podría describir muy bien lo que sucedió a continuación. Sin darme tiempo a reaccionar, y con una agilidad impropia de su edad, el buen Dr. me soltó una velocísima bofetada que sonó igual que golpe de una pala sobre una manta húmeda. Mientras yo caía de mi asiento el Dr. saltó sobre el suyo y abandonó el club de caballeros brincando de un sofá a otro hasta la puerta de salida. Resultaba muy extraña la imagen de aquel caballero de aspecto decimonónico botando sobre los asientos entre sonoras carcajadas que sólo interrumpía para señalar con el dedo alguna que otra copa vacía y gritar, como era su costumbre "Hombre al agua. ¡¡Hombre al agua!!".

Por supuesto, la actitud del Dr. me resultó desconcertante. Reconozco incluso que me molestó, en cierta manera. Decidí dejar pasar una semana para evitar que mi mal humor tomase la palabra, pero, pasada esa semana, encontré casualmente al Dr. en el salón de su casa y me decidí a hablarle. El Dr. me escuchó con atención, mientras le explicaba las razones de mi perplejidad.Luego permaneció en caviloso silencio durante unos segundos durante los cuales en ningún momento bajé la guardia, pues no se me escapaba la posibilidad de que el Dr. intentase justificar su actitud con una segunda bofetada. Finalmente habló:
-Mi querido amigo Gunther. Creame que siento profundamente constatar su reacción. No le culpo, sin embargo. Lo más probable es que haya sido yo quien, por querer sintetizar mi postura en demasía, haya obrado con más oscuridad de la conveniente.
-Su oscuridad, me temo, está más que clara, mi buen Dr. -dije yo levantando mi copa de oporto para subrayar la irónica elegancia de mi comentario (siempre llevo una copita de oporto en el bolsillo para estos casos).


continuará...

16.10.08

El boxeo según Gunther


Tal vez mis seguidores no lo sospechen, pero yo, Gunther, soy un gran aficionado al boxeo. El mundo pugilístico me fascina, probablemente por lo que tiene de atávica la lucha entre dos varones empeñados en demostrar su fuerza y destreza de acuerdo con las normas fijadas por el Marqués de Queensberry. Para quien lo desconozca, o lo haya olvidado, el marqués de Queensberry es uno de los grandes hombres de finales del siglo pasado. No sólo le debemos el boxeo moderno gracias a la generosa promoción que hizo de las normas redactadas por John Graham Chambers, sino que también detuvo en seco la carrera de Oscar Wilde que, la verdad, ya se estaba poniendo un poco pesado.
Mi primera experiencia con el mundo pugilístico tuvo lugar cuando sólo contaba con cinco años. Por desgracia no resultó todo lo elegante y caballeresca que cabría desear pues, aunque ya por entonces conocía yo al dedillo el código del marqués, no conseguí convencer a mi señora madre de que su combinación de puntapies en la boca del estómago (extraordinariamente ejecutada, por otra parte) contravenía las más esenciales normas de este deporte. En el fondo debo agradecer a esta entrañable anécdota mi posterior y brillantísima trayectoria intelectual, pues de haber tenido unos padres más estrictos en los usos pugilísticos tal vez habría dejado discurrir mi vida por los senderos de este deporte que tanto me apasiona.
No hablo en balde, sino con el conocimiento de un caso que me toca muy de cerca: el de mi amigo Gerald Bum, cuyos padres jamás discutían sin la presencia de un árbitro, un doctor, sendos masajistas, un jurado completo y varios periodistas acreditados. Gerald, que durante algunos años fue mi más querido amigo y el único de los jóvenes cohetáneos que frecuentaban mi clase al que tenía por verdadero compañero intelectual, acabó tan fascinado por el mundo del boxeo que se dedicó a él por completo. Llegó a lo más alto gracias al ejemplo de sus padres y la ayuda de "Alzacuellos" Lewis que alcanzó un record mundial al propulsar uno de los incisivos del bueno de Gerald hasta la altura del techo del Palacio de los deportes de Berlín, donde todavía permanece. Dice la leyenda que si uno de los contendientes logra ver el incisivo en el curso del combate tiene la victoria asegurada. Por desgracia algunos supersticiosos han puesto demasiado empeño en alcanzar a ver el famoso incisivo, lo cual, con cierta frecuencia, les ha llevado a perder los suyos propios.
Mi amor por el boxeo no me ha llevado a practicarlo con asiduidad, aunque durante un año de mi vida entrené muy seriamente en un gimnasio regentado por el mítico "Tiburón" Heldellgarst, que según cuentan, era tan duro que los imanes de las neveras se estremecían a su paso. Sin embargo, y a pesar de mi empeño, no llegué a combatir, puesto que fui noqueado cuatro veces consecutivas por mi propia sombra. Perdí un quinto combate a los puntos antes de abandonar definitivamente. Comprendí que mi lugar no estaba en el ring, sino en la grada y en la biblioteca, donde he ido escribiendo una breve historia del boxeo desde sus orígenes prehistóricos hasta la actualidad de la que pretendo dejar aquí constancia con algunos estractos que publicaré en las próximas semanas. Reconozco que soy más útil a este deporte en el campo de las letras que en el de las armas aunque, de vez en cuando, aún siento añoranza. Entonces me siento a ver un buen combate o distraigo la nostalgia golpeando en el cuello a hombres bajitos en por la espalda. Es bueno -porque nos recuerda que podemos ser felices- encontrar placer en estas pequeñas cosas.

6.10.08

El retorno del hombre con nombre


Vuelve Vila-Matas a las liberías. Dietario voluble,se titula su último libro y el pobre Vila-Matas que con él se ha metido en un aprieto considerable, porque, claro, el hombre se ha dedicado en los últimos años a la desaparición del autor y al autor que desaparece y a la literatura como un inmenso lago en el que el autor (que es en primer lugar lector y después autor y empatado o empanado en algún lugar entre los dos términos es también amigo, viajante, amante, votante, lugareño, cosmopolita y renegado) el autor, decía, se vuelve pez y se hunde a sí mismo en ese lago, que uno aspira además a que sea un lago de tinta simpática, como la que menciona don Vila-Matas en su libro (aunque él la usa para escribir, claro) para poder así desaparecer discretamente. Pues bien, después de escribir sobre todo esto por activa y por pasiva en sus tres últimos libros que son los que, según dicen por ahí, le han dado el impulso definitivo para situarlo en la fila más destacada, en la pole position de la literatura europea y universal, va el hombre y se saca un libro que es un diario, o poco menos que un diario.
El libro es en cualquier caso, una afirmación de la propia personalidad, creo que esto está claro, quiera o no quiera reconocerlo el señor Vila-Matas. Anticipo que el hombre no debe estar muy por la labor y eso explicaría que la portada del libro sea una foto del propio Vila-Matas de espaldas, con la mano colándose bajo el cinturón, en un gesto que puede ser, o bien de meterse la camisa correctamente para la foto o bien de fingir una pistola invisible con los dedos. El primer supuesto es complicado, en cuanto que si uno se saca una foto por la espalda normalmente tampoco se para demasiado en atusarse. La segunda opción gana enteros además porque la foto de la solapa muestra a Vila-Matas de perfil, con gafas de sol y el cuello de la gabardina alto, muy alto, altísimo, casi a la altura de las orejas o quizá incluso cubriéndole las orejas y a él enteramente en una pose evidente de detective privado o de agente secreto que, como todo el mundo sabe, son dos de los colectivos más dados a eso de llevar una pistola en la parte de atrás del cinturón. Quedan también los narcotraficantes, claro, pero yo creo que la cosa no va tanto por ahí. Si tuviese que quedarme con alguna opción yo diría que lo que Vila ha querido hacer es replicar a un agente secreto, porque es, de todas las mencionadas, la profesión que mejor se adapta a esa preocupación suya por desaparecer. Los agentes secretos, esto Vila-Matas lo debe saber perfectamente, son los mejores y mayores profesionales de la desaparición, sólo superados quizás por las ayudantes de los ilusionistas y como Vila-Matas, no tiene pinta de ayudante de ilusionista la del detective sigue pareciéndome la mejor opción posible, pero, por mucho que el señor Vila-Matas se haya esforzado para fingirse un profesional de la desaparición en la fotografía de portada y en la correspondiente a la solapa interior izquierda, no sé cómo va a evitar que la gente le reproche el haber abandonado la senda de la desaparición para plantarse con un libro que es poco menos que un diario (aunque, no se escandalicen, no hay confesiones espinosas ni alardes de virtuosismo sexual a lo Sanchez Dragó). Un libro en el que además hace comentarios políticos (ahora sí, escandalícense ustedes a gusto)y opina sobre su ciudad de Barcelona. No sé cómo va a conseguir el señor Vila-Matas evitar que le ocurra lo mismo que le ocurrió la única vez que yo lo vi personalmente, en una conferencia en Madrid, cuando un señor -bastante molesto, al parecer, porque Vila-Matas hubiese acudido a dar la conferencia a la que se había comprometido y a la que él había acudido- le reprochó justamente que en sus libros no dejase de hablar de la desaparición y del autor desaparecido y del autor que desaparece y , sin embargo, a la hora de la verdad,él se dedicase a presentar sus libros y acudir a conferencias como si tuviese todo el tiempo del mundo, como si no tuviese que emplearse por entero en entrenar o inventar (desconozco el término exacto) una desaparición ejemplar, a la vez discreta y sonorísima. Vila-Matas miró al caballero, con la suficiente brevedad y tranquilidad como para sospechar que, en realidad, no era la primera vez que le hacían un reproche parecido. Después se acercó al micrófono y respondió "Es que eso de los libros es literatura. No se la crea demasiado, caballero".
Pienso ahora qe, como en el fondo soy hombre de caracter apacible, me tranquiliza saber que Vila-Matas tiene una respuesta preparada para estos casos. Pienso también que incluso es posible que disponga de un pequeño arsenal de emergencia que, al menos, le facilite, llegado el caso, la huída de los fanáticos de la desaparición. Un arsenal destinado no tanto al uso violento como a crear una cortina de humo que permita la huida del hipócrita escritor cuando se vea acosado por una muchedumbre de fanáticos enfurecidos por su total falta de ausencia física. Pienso ahora también que, si el escritor logra escapar de ellos, los fanáticos de la huida seguramente se sentirán decepcionados, pero, ya se sabe, hay gente que nunca está contenta.